lunes, 5 de abril de 2010

La niña naufragada

Canto a la ternura sin precedentes (Poemas incendiarios) POEMA-CAP. 25

Antes de introducirlo en el POEMA-CAP. al que pertenece, EL FINAL DEL 20, quiero resaltar aquí, PARA QUE SE VEA LA MERMA QUE PUEDE SUFRIR LA OBRA ORIGINAL DE CUALQUIER AUTOR QUE EN ESTAS PÁGINAS ELECTRÓNICAS VIERTA SUS CONTENIDOS...Vamos a resaltar permanentemente como POEMA-CAP. nº 25 :

Rescato de mi primera redacción grabada en disco del monumental “Solo veo rosas”, este final misteriosamente desaparecido en mis copias guardadas del blog en ya.com donde lo iba pasando.
He aquí lo hurtado:



¿Esta es la niña a la que yo abrazaba allá en el fondo del Cosmos queriendo protegerla de tantos cantos fúnebres con mi Nana a “La Niña Naufragada”? En todas tus fotografías siempre tienes algo dentro de los iris. Y aquí sí haría falta un buen programa informático –no para echarme a mí de la red, no para que me obliguen a dejar abandonado mi blog- para aislar qué tienes dentro de los iris, dentro de la pupila. Puede que el exterior que te rodeaba, como el reflejo en la pupila, los bajeles por ella, de la niña de la que hablara Dante y de lo mismo que comentase Ortega; puede que el exterior…. Y puede que no. ¿Quizá era yo asomando por tu pupila como el verde de tus iris intenta asomarse debajo de mi marrón? Miento al decir no he visto el verde de tus ojos: en mis propios iris lo he visto.
Los ojos resplandeciendo en mi cara, ya no azules, ya no verdes: carbunclos mágicos, sí.
Qué piropo más guapo se dijo ella, ¿qué lisonja podría mejorarlo? Sus ojos rubíes fuego verde. Yo canté a unos ojos azabaches y ese fue mi primer poema, ojos árabes, ojos palestinos, hebreos semitas ojos, y acabamos derrotada por la magia de unos… ya no verdes, ya no azules, carbunclos misteriosos que desde la otra vida…. Rubíes príncipes serafines.
Mi voz filtro mágico levantó un cadáver, iluminaba un sexo. ¿Se puede ser más profeta, poeta? Mi voz filtro mágico levantó un cadáver, iluminaba un sexo: Escrito en Madrid, la calle del Ángel exactitud de exactitudes.
Su mirada me dibujaba en sus pupilas: allí me vi, donante fabulosa…Que había leído al Dante y los bajeles por los iris de los ojos de la niña de la que auscultaba su mirar, no hay duda. Allí se vio, no ningún estúpido barquito surcando la esclerótica, lago vítreo del ojo. Allí se vio Donante fabulosa. ¿No anularía con un terceto la extensa obra en ese metro del Dante mismo?
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