domingo, 18 de abril de 2010

“Ya va a venir el día, ponte el cuerpo”

Canto a la ternura sin precedentes (Poemas incendiarios) POEMA-CAP.56

(Poema a tres manos. César Vallejo, Alejandra, Carmen. En el cual yo intervengo únicamente de fileteadora de la prosa de Alejandra en exquisitos versos. ¡Que se pudiera hacer con la gran mayoría de las páginas de su diario! Un diario en verso, aunque no fuesen los de “Espuela –o Escuela- de ponte dura” que se me decía en un sueño habido tan atrás como cuando en los años en que ella estaba en este mundo; un diario en verso haría yo de sus diarios, más que la Biblia en verso... si una tuviese tiempo. Que ni de rescatar la propia obra. Esta es la muestra, como decíamos en el Poema-Cap. anterior, de que jamás necesitó “viajar a París” la gloria de las letras hispanas que era ya a sus 19 años. ¡Que jamás necesitó de la prosa! ¡O que jamás necesitó del verso! ¡¡Que prosa y verso es lo mismo!! ¡Se dejen ya de putas divisiones! Cuando sólo hay malas letras y letras gloriosas como la suya. O mía. De los 19 años. En esa edad que yo también produje los mejores versos de esta lengua, muestra hay de algunos en http://eccehomosexual.blogspot.com/ , ¡de entre los muchísimos que todavía no publiqué aquí en estas timo editoriales que son los blogs!, única editorial que me puedo permitir... si me dejan, es claro. Si no se me tima con “su blog ha desaparecido” o “no se descarga”... y para quién lo lee. A esa edad, 19, que los potenciales de quienes los tuvieren, ya han emergido. Y el que nadie los vea, ni siquiera cuando esos 19 sean arrastrados por todos los fangos de la ignominia hasta cumplir los 60, no quiere decir otra cosa que la indecencia de este mundo, la usurpación, que en el mundo de las letras alcanza el máximum de las inhumanidades. En las letras precisamente, ellas que siempre presumieron de “Humanidades”)

¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!,
gime César Vallejo.
Quisiera pensar en algo sublime.
En el nacimiento del Hombre,
en los sacrificios de Oriente,
en el asta de la bandera de Etiopía.
Quisiera electrizar mis ojos
y sacudirles su inercia doméstica.
Quisiera levantar mis piernas,
manchar el cielorraso,
arrodillarme junto a un sapo ahogado,
clasificar los tonos de un pétalo,
registrar los bolsillos del rey de Suecia,
distinguir al tacto los cuatro reinos,
animal, vegetal, mineral y humano,
revivir los éxtasis de Juana de Arco
exhalando albores para destruir el fuego,
recoger las mieses de una chacra irlandesa,
pasear a hurtadillas
por la nieve muda de Siberia,
regatear bambú en un kiosko chino,
sonreír al simio en la negrodorada noche de un ukelele
sorbiendo un coco de la isla de Hawai,
elevar los párpados,
subir a lo más alto,
agitar los brazos como campanillas estremecidas
y gritar a Todo: ¡Soy universal!

Suena el despertador. Estiro mi angustia.
Desmenuzo el frío vistiéndome
en la auténtica oscuridad que enmarca las 6 horas.

A lo lejos, los flacos pómulos de mi amado César
me susurran conmovidos:
¡¡Ya va a avenir el día / ponte el cuerpo!!

C'est la vie mort de la Mort!
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